“Prefiero
morir desterrado, repliqué con viveza, que conservar el trono y la corona al
precio de la traición y la perfidia que me propone”
Alfonso XIII, hijo
póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, fue rey de España
desde su nacimiento hasta la proclamación de la Segunda República el 14 de
abril de 1931. Al cumplir los 16 años fue declarado mayor de edad y asumió las
funciones constitucionales de Jefe de Estado, el 17 de mayo de 1902.
Quiso reinar en España
como Rey justo, su principal objetivo fue regenerar la patria. Bajo su reinado,
España alcanzó el mayor nivel de población desde época romana y llegó a ser una
nación industrial. Volvió abrir la cuestión de Marruecos e intentó fomentar en
España aquella reforma social tan necesaria –después de años de desbarajustes
gubernamentales- a favor de las clases necesitadas. Además, luchó para que el
ejército dejase de ser una organización atrasada a los adelantos modernos e
impulsó la marina. Por último, tuvo un especial desvelo por los gobernadores y
alcaldes que no cumplían las leyes.
El monarca reconoció en
una histórica conversación con el padre Mateo Crowley-Boevery, Apóstol de la
Entronización del Sagrado Corazón, que doce señores de una delegación de la
francmasonería internacional fueron a visitarle, y en una de las dependencias
de Palacio, fue desafiado y amenazado con la abdicación y destierro si no
consentía las deshonestas proposiciones que le planteaban.
En aquel momento, se
limitó a expulsar a la delegación “con cajas destempladas” y a describir los
hechos al conocido eclesiástico, promotor del imponente monumento del Sagrado
Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles, el cual posteriormente divulgaría la
confidencia regia. La plática entre Alfonso XIII y el padre Mateo
Crowley-Boevery tuvo lugar a raíz de la consagración de España al Sagrado
Corazón de Jesús, El Apóstol de la Entronización del Sagrado Corazón relató así
el testimonio del monarca:
«Padre,
he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de los Ángeles un deber de
católico, pues el enemigo de nuestra fe está dentro de la ciudadela. Y le doy
una prueba: en este mismo salón me vi obligado a recibir una delegación de la
francmasonería internacional. Unos doce señores. He aquí lo que me dijeron:
Tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que V.
M. conservará la Corona y España servirá fielmente a la Monarquía, a pesar de
las crisis tremendas que la amenazan, y reinará en un ambiente de paz.
Y al preguntar qué proposiciones eran aquellas, dicho señor me presentó un rico
pergamino diciéndome: Con su firma pedimos a Su Majestad, dé su adhesión a las
siguientes proposiciones: 1ª, su adhesión a la Masonería; 2ª, decretar que
España será un Estado laico; 3ª, para la reforma de la familia, decretar el
divorcio y 4ª, instrucción pública laica.
Sin titubear un instante, respondí: Esto ¡jamás! No lo puedo hacer como
creyente. Personalmente soy católico, apostólico y romano. Y como quisieran
insistir, los despedí con una venia. Al salir, me dijo el mismo señor: Lo
sentimos, pues V. M. acaba de firmar su abdicación como rey de España y su
destierro.
Prefiero morir desterrado, repliqué con viveza, que conservar el trono y la
corona al precio de la traición y la perfidia que me propone».
Cuando se proclamó la II
República, Alfonso XIII tuvo que exiliarse a Roma, donde murió el 28 de febrero
de 1941 a los 54 años. Y no es que Alfonso XIII fuera un rey ejemplar: ni su
vida privada se distinguía por ser moralmente intachable, ni su reinado fue
digno de elogios. Pero, eso sí, prefirió morir en el exilio antes que conservar
la corona al precio de la traición.
Actualmente, cabe señalar que en nuestro país,
bajo la jefatura de Estado de D. Juan Carlos de Borbón y Borbón, su nieto,
España se ha configurado como un Estado laico. La instrucción laica se ha
instaurado en los colegios públicos, y se ha aprobado el divorcio, así como
otras medidas contrarias a la familia impensables incluso para los masones de
aquella época (aborto, fecundación in vitro, matrimonio homosexual, etc.). Si Alfonso XIII levantara la
cabeza…